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Siete poemas de Lorena Salazar Suquilanda

Serpientes

He vuelto fuego,

he vuelto tierra,

he vuelto sangre

he vuelto mar.

Soy el tequila,

la voz raspada

camino viejo

sin transitar.

He vuelto fértil,

serpiente, etérea.

He vuelto vida,

cadencia, azar.

He vuelto impura,

casi desnuda.

La piel ajada de tanto andar.

También soy lluvia,

escandalosa.

No tengo encantos,

me sé inventar.

Soy más cantora, soy más pintora,

soy más cuentera:

sé bien llorar.

Me he vuelto muerte,

me he vuelto olvido:

ánima oscura,

conjuro y sal.

Soy toda tiempo,

golpes de lanza:

warmi guerrera,

eternidad.




Haiku


1

En tus ojos

habita la memoria

de dos mil lunas.


2 Allí, en tu faz,

reposa el silencio

¿y mis derrotas?

3 Quédate en cama,

feroz guerrero mío,

aún no muere el día.

4 ¿Huye o vuela

el pájaro herido

con el ala rota?




La Cortesana


Como si tocar tu cuerpo

me devolviera los versos,

mis manos te llaman

quemando de amor. Las manos inexpertas.

Estas manos. Mis manos de obrera

que no distinguen

cómo tanta belleza se puede tocar.

Se aferra mi vida

a tus contornos,

impíos, pálidos,

llenos de error.

Te robo el aliento

gastado de penas,

te beso, te muerdo,

te aliento.

Encuentro mi voz a la orilla de tu boca, te respiro, te vivo, te encuentro, en mis lánguidos ojos

que luchan por quedarse

frente a ti.

Me pierdo en un grito

que te llama silente.

Me aferro a tu cuello,

a tu olor de madera.

Es un instante de muerte

que me arranca la luz,

me arrebata la fuerza y se lleva mi voz.

Se entrega en retazos

la cordura perdida,

entre alaridos de vida,

de muerte y horror.


Se entrega la vida, en lamentos a gritos,

Se ahogan los cuerpos

y en un extravío, dos ríos se funden.




Holofrases


Vuelvo a tus calles, delirio.

Gritan tus voces asesinas,

envueltas en silencios,

negras calmas.

Usas tus voces somnolientas.

Cantas versos de ausencia,

vuelcas pisos y aceras: ¡Cantas! ¡Gritas!

¡Bailas!

Piso tus recovecos, delirio.

Exploro tus nombres: me quemo las manos, me arrastro contigo.




Silencio


Existe un silencio oscuro que viene cuando acaba la guerra. Cuando ambos bandos cuentan sus muertos, y el temor toca la cara en forma de niebla. Se acabaron las balas. Lo que hoy son escombros también es refugio.

Solo hay heridas de muerte, gritos de auxilio.

Hay dolor, silencio y penas.

Y no sabes si aún pueden matarte. Es atroz el dolor y el miedo, ciega.

Llanto y cenizas llenan el piso,

La paz y la calma son más que sentencias.

¡Ya no hay más guerra! Pero el infierno mortal ahora empieza.

No es posible morir tantas veces, pensé.

Y llegaron la noche y las tinieblas.

¡Ya no hay más guerra!

Finalmente, el silencio nos cierra la boca. Ya no hay gritos, ni llantos, ni súplicas de clemencia,

Solo un bramido intenso, y tierra muerta.




A través del espejo


La mujer en el espejo me cuenta historias. No le creo. Cierro los ojos y me niego a escucharla. Pareciera que sus cristales me fueran a partir el alma,

como relámpagos. Afuera llueve.

¡Son solo las luces de la tormenta! -me dice-

Y no le creo.

La mujer en el espejo es prisionera. La miro de lejos.

Me cuenta odiseas de amores pasados. Parece que vive detenida en el tiempo, en el viento.

Como pintura de Monet. Difusa

¡Acércate a mirar mi alegría! -me dice-

Y no le creo.

La mujer en el espejo está herida. Siento el hedor de sus llagas. Me muestra sus manos vacías, sangrantes.

Ha querido salir del espejo. Canta.

¡Cambio tu imagen por la de una niña! -me dice-

Y no le creo.

La mujer en el espejo solloza. Sus ojos están enajenados de angustia. Posa sus manos en el cristal, busca sus grietas.

Pierde el aliento por segundos. Grita.

¡Reconoce tus despojos! -me dice-

Esta vez, le creo.




Asunto pendiente


Usted y yo tenemos un asunto pendiente,

que no se resuelve en una noche de vino.

Son un más de mil amaneceres de invierno, canciones de “Filio” y confesiones de antaño.

Usted y yo hemos sellado este pacto. Sin preguntas, sin porqués, sin repensar lo pasado.

Ya he tomado su mano y usted ya me quitó el orgullo. juntos hemos cantado los versos más apresurados.

Hemos visto el olvido dentro de unos ojos perversos. Recorrimos caminos de angustias y miedos.

Usted y yo hemos tapado tormentas en desiertos hundidos en los más tenebrosos silencios.

Entonces, le propongo yo un trato: Usted me espera a la vuelta del camino, yo acudiré sin dudar a su llamado, descansará usted en mis brazos blancos.

Y yo le iré recitando suavemente mis versos desde la esquina del miedo. Ese miedo que llega, celeste, cuando amanece de pronto.

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